Tras las 33 víctimas registradas en la matanza de
En el artículo de esta semana nos desviamos un poco de nuestro tema central para abordar el hecho de cómo los medios influyen en la sociedad.
Siempre hemos creído en el poder de los medios. Lo audiovisual tiene una gran fuerza y causa una gran influencia en las personas. Según algunos estudios realizados se ha comprobado que la información que se recibe vía visual y auditiva es retenida por la mente con mayor rapidez y facilidad que la que podemos obtener, por ejemplo, al leer un libro.
Pero la intención que actualmente se esconde detrás de las cámaras es muy diferente, y se maneja por el negocio del morbo. A veces creemos que los ejecutivos de traje y corbata que se sientan detrás de una mesa de despacho y deciden la programación de las cadenas, no son conscientes de todo lo que puede implicar que sus decisiones sean correctas o no. Cuanta más sangre contenga la imagen a más alto precio se vende. Olvidamos el horario infantil, la ética profesional y sobre todo la ética humana. Ya no nos sorprende cuando emiten un vídeo de la decapitación de algún periodista en Afganistán y estamos en pleno almuerzo. Pero ya no nos remitimos sólo a la violencia que se ve en los telediarios, que bien forman parte de la verdad. Creemos que ciertas cosas se podrían mostrar de otra manera, de esta forma no las normalizaríamos y aún seguiríamos mostrando un poco de respeto, un juicio más o menos crítico que nos hiciera ver que eso no es lo normal, que todo no se resuelve así y que hay otros caminos para la resolución de conflictos. También vemos violencia en la sobremesa, cuando los tertulianos se tiran los trastos a la cara y en ocasiones casi llegan a las manos. Los programas del corazón muestran valores muy “educativos” para todos sus espectadores como: la intolerancia, la falta de respeto por la vida del prójimo, el insulto como mejor argumentación para tu defensa, etc. Es triste el panorama de la sociedad española con respecto a la televisión y viceversa, porque todo se convierte en un círculo vicioso: nos dan lo que pedimos, y nosotros nos conformamos con lo que nos dan, y así todos contentos.
No hablamos de una televisión purista, en la que no se digan las cosas tal y como son, no hablamos de hacer creer a la sociedad que todo es perfecto y que el mundo va sobre ruedas. Hablamos de crear opinión, de informar de la manera más objetiva, sin llegar al morbo, sin hacer creer que la solución a los problemas está en las manos de los que mandan y no en las nuestras. Podemos consumir violencia, sexo, podemos estar todo el día escuchando tacos y viendo como personas delante de una cámara llegan a las manos y se desprecian de una manera vulgar y patética, ahondando en sus vidas privadas y metiendo el dedo en la llaga hasta hacer sangrar. Se puede ver todo esto, pero uno mismo tiene que ser consciente de que no por ello, tenemos que actuar de esa manera.
El problema quizás radique en que hoy en día la televisión es la niñera por excelencia y la más barata, y los padres dejan a merced de esta la educación se sus hijos.
Para concluir, quisiéramos destacar que no estamos hablando de una abolición de la televisión, no pedimos su destierro, no pretendemos pecar de inquisidores de los medios. No apoyamos que haya que mantener todo el día la televisión apagada y estar leyendo libros constantemente (aunque a veces den ganas de hacerlo debido a lo que nos ponen). Quisiéramos que hubiera cierto control, debido a que día a día la televisión se ha convertido en el centro de nuestras vidas. Queramos o no, es la forma más universal de mantenerse informado, absorbemos todo lo que nos dan, y a veces no sabemos diferenciar entre lo que debemos aprovechar para nuestro crecimiento como personas y lo que debemos desechar. Pedimos control en la programación, en el respeto de los horarios establecidos, pedimos que esos ejecutivos de los que antes hablábamos elijan unas imágenes u otras por la información que puedan llegar a transmitir y no por la cantidad de sangre y violencia que contengan. Pedimos (y somos conscientes de que esto es un tanto imposible) que los padres sean conscientes del poder manipulador de la televisión y que no dejen a ésta gozar del mayor placer de la vida: ser padres. Quizás a Cho Seung Hui le faltaron algunas de estas pautas en su vida. A lo mejor consumió tanta violencia y nadie se paró nunca a explicarle que hay que diferenciar entre realidad y ficción. A lo mejor, y como aseguran algunos de sus compañeros, en la soledad en la que se encontraba no encontró otro calor que el de la televisión. Quizás este no fuese el único motivo que le llevó a cometer la matanza, pero seguro que fue un factor importante.